Adiós - Burkina the revist

Adiós

(Publicado en Wells & Bea-Murguía en febrero de 2006).

Ya lo dice la inolvidable «algo se muere en el alma, cuando un amigo se va«… lo cierto es que ya tenía pensado escribir sobre el tema de hoy y que las discusiones pasadas me vienen al pelo para llamar su atención sobre esta entrada. Por desgracia, y como ustedes comprenderán porque son listos y saben de estas cosas, no es una coña cuando les digo que la semana pasada tuve que ir al tanatorio de la M30 porque se murió la madre de un buen amigo. Lo cierto es que estuve tres minutos, no más, el tiempo de darle un abrazo a Pepe y de hacer algo que siempre hago cuando me veo en la triste obligación de ir a un velatorio.

Hay dos cosas que me apasionan de los tanatorios, y no les deseo que tengan que ir mucho por allá, pero cuando no tenga más remedio (y lo hagan por su propio pie, claro), no se olviden de lo que les digo. Conozco a quien, en el colmo del humor negro, cuando a las cuatro de la mañana no encuentra ningún garito abierto en Madrid, algo cada vez más frecuente, se va a tomar la última a la cafetería del tanatorio.

Se entiende que es la última copa… de la noche, no de la vida, aunque estaría bien palmarla allí mismo y ahorrarse el traslado… O salir a mear a la calle, un poco pedo, y caerse directamente en el hoyo y ahorrarse el sepulturero, esa profesión en declive con una enorme problemática de sucesión generacional («A los jóvenes de hoy sólo les preocupa el sexo y ya no quieren coger la pala«, diría el presidente del gremio)… O trompicarse e ir de cabeza al horno y, con todo el alcohol en el cuerpo, más que quemado, acabar flambeado, que es lo que tiene el garrafón que arde que no veas. Luego le dan las cenizas a los colegas y dice uno:

Vámonos a casa que José Luis está hecho polvo.
Para mí que si sigue bebiendo se va a hacer barrillo.
¡A ver cómo se lo contamos a su madre!.
¡Calla, joder! Nosotros lo acostamos y que se lo encuentre así mañana.

Y encima se tienen que ir andando porque el amigo ha caído al crematorio con las llaves del coche en el bolsillo.

Vamos, una diversión de muerte.

Hay por ahí una historia de cómo y por qué un amigo, Luis, se tuvo que ir de juerga por la noche con las cenizas de su abuela que no tiene desperdicio y animo al protagonista a que la cuente, si es que anda por aquí.

Aparte de convertir el hecho luctuoso en una coña hispánica, que es algo que nos caracteriza mucho, cuando vayan al tanatorio dense un paseo por los cuartos de baño, lugar en el que muchos expresan sus sentimientos más profundos. Yo no me puedo imaginar una situación más cañí que estar en el velorio de tu abuela, que te entre el apretón y, mientras estás sentado en el trono, saques un rotulador y escribas en la pared: «Abuelita, siempre te hecharé de menos, Manolito. 11-05-05«, con sus faltas de ortografía que no empañan para nada la pureza del momento. Hemos quedado en que la cafetería del tanatorio es un after-hours, pero los baños son dignos del peor garito suburbial del Bronx, aderezados con frases sempiternas que nacen de situaciones ya expresadas por clásicos como La Polla Récords que, en su inolvidable «El gurú«, decía aquello tan bonito de «¿Cómo quieres mentes puras si cagamos juntos?«.

Hay en las personas, y es una característica intrínseca de la raza humana, una necesidad de expresión (más acuciada en unos que en otros) que, mal canalizada, da para acabar diciendo adiós a tu abuelita en el baño del tanatorio. Les garantizo que, junto a los clásicos «Joselín y Federica» dentro de corazones, hay inscripciones y epitafios en paredes y puertas que podrían conformar todo un género literario aparte, pero que confirman el clásico de la psicología conductual «¿Qué hace un tonto con un boli cuando nadie le ve? Tratar de alcanzar la perpetuidad escribiendo su nombre en la pared«. Si van por allí, y todavía pueden caminar, no se lo pierdan que merece la pena.

La otra cosa que hago siempre en el Tanatorio es coger la revista «Adiós». No lo hago por vocación ni por deformación profesional, la busco porque me parece un pasquín humorístico de primera línea. Mi sección predilecta la firma una tal Nieves Concostrina y se titula «Mis cadáveres favoritos«. En la edición de enero-febrero de 2006, Nieves arranca con mucha garra, como el mejor Kafka, metiéndote en la historia como en un sepelio: «Mi cadáver más querido se llamaba Cristóbal Colón» Es la caña. Ilustra la sección una foto de los restos del descubridor, que hoy es un grupo de huesos pequeños e irreconocibles que reducen la grandeza histórica del genovés a la categoría de collar roto del Pleistoceno.

El editorial se titula «El cajón»; hay un reportaje sobre el cementerio de Cabrera que es un primor; la publicidad que tiene es la hostia (yo tengo que conocer al creativo del anuncio de Féretros Chao Escudero SA, porque es un puto genio, y el de Féretros Ecológicos El Maderón, que ya es el colmo); el reportaje de la feria comercial Funeraire 2005, con su azafata en teticas, allí, sometida ella al arte milenario del bodypainting, mientras un gabacho con boina le decora el cuerpo a juego con un ataúd azul celeste, metalizado, con dibujos de nubes y plumas que dan a entender la fragilidad de lo terrenal y que está pidiendo a gritos un crematorio… ¡DIOS MÍO! ¡Es de Pulitzer!

En la sección de noticias, triunfa una que alegrará mucho a los profesionales del sector, porque dinamiza mucho su microeconomía: «La tasa bruta de mortalidad aumentó un 2’7% en 2003«. ¡Albricias! Por cierto, otro sector perjudicado por la Ley Antitabaco (si cumpliera su función). El tema: «Viaje por el interior de esta momia» es muy… ¿interiorista? y no tienen desperdicio las secciones «Muerte en la antigüedad clásica«, «Muertos de cine» o «Tanatolibros«, donde se publican las últimas novedades editoriales que versan sobre el postrer suspiro. En esta edición hay uno que mosquea porque se titula «La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas«, de un tal Román Gubern, que como no hable de necrofilia, la verdad, desentona un poco.

La revista «Adiós» es una mina para los amantes de la negritud cuyo principal defecto es que no lleva boletín de suscripción y que tiene que morirse alguien para conseguir un ejemplar pero, en fin, visto así, no hay mal que por bien no venga.

Coño, qué animal soy.

http://www.emsf.es/revista.htm

X. Bea-Murguía

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