Rendir tributo - Burkina the revist

Rendir tributo

Llegado este día, tengo que rendir tributo a Jesús Llano Muriel. Y no lo hago por obligación, sino por devoción, la que siento por él, como padre, hermano y amigo, desde que lo conocí en Cuba, en La Habana, en febrero de 2002, en el Festival del Habano de ese año. Allí le escuché hablar por primera vez y me dije: este hombre es para mí. Y me lo he quedado, claro.

Hace ya casi 20 años. Se dice pronto.

Veinte años no es nada, Jesús, por cierto, qué febril tienes la mirada en esta foto, pareces errante en la sombra, te busca y te nombra.

Jesús para mí es más que un muy querido amigo. Es un amigo venerado. Tanto, y no es broma, que puse una foto suya en el salón de casa de mis padres. Otro día os contaré la anécdota completa. Pero no por esta amistad, esta devoción que siento por él y que todo el mundo conoce, voy a dejar de pagar mi deuda… Ahora que es un jubileta.

Hemos de aprender a vivir con nuestras contradicciones y yo estoy, ahora mismo, frente a una que no voy a permitir que me atenace. No soy capaz de expresar con palabras (como si fuera H.P. Lovecraft, coño) la alegría que siento por Jesús por su jubilación. Él está muy feliz, después de más de cuarenta años ejerciendo de asesino en serie, es como si se hubiera librado ya de una carga que, a partir de ahora, será bagaje.

Pero, al mismo tiempo, he sido tan dichoso, tan feliz, en su estanco, la Cava Cardenal Cisneros de Madrid, que me invade la tristeza. No puede uno aferrarse al pasado, está claro, sino mirar al futuro con optimismo, con la certeza de que aún nos queda lo mejor, pero tampoco puedo evitar pensar en todo lo que he vivido y soñado, en todas las confesiones y alegrías compartidas sobre la pequeña barra de mármol de esa cava.

Tantos amigos. Tanto tiempo tan bien invertido. Tanto aprendido.

De hecho, gran parte de lo que yo soy hoy, de lo que leéis aquí, en Burkina The Revist, se lo debo a Jesús. Ésta es la deuda que voy a intentar pagar con esta entrada: es su enfoque, su manera de ver la vida, sus expresiones, su conocimiento, su saber estar… Jesús ha sido, y sigue siendo, un amigo inspirador.

Y no es por sus méritos profesionales: gran profesional, gran conocedor del tabaco, estanco de referencia en Madrid durante muchos, muchos años, Hombre Habano del Año 2004 a la mejor tienda de Habanos ¡del mundo!

Todo eso le amerita, por supuesto. Pero mi tributo es meramente personal. Aquí os dejo una parte, por si queréis leerlo. Es una versión imaginada de una historia que pasó de verdad y creo que define muy bien a Jesús.

ENTRA DON DIONISIO

Lo que es la vida. Un día entró Don Dionisio en el estanco preguntando por Jesús, algo que nunca había hecho. Jesús lo es casi todo en este establecimiento, de eso no hay ninguna duda. Él es el alma y el corazón, la pasión y la ternura, casi diríamos que es el oráculo de los cigarros y es normal que el cliente llame a la puerta de la cava deseando ser atendido por él. Jesús no sólo es quien mejor conoce el producto, sino que, además, es simpático y atractivo, es profundamente respetuoso sin ser serio, sin dejar de resultar gracioso y, sobre todo, y esto es lo que más le gusta al público, parece un concursante de la vida lleno de respuestas acertadas.

Lo extraño del asunto es que Don Dionisio era de diario, de costumbres tan fijas que sabíamos que era la hora de comer cuando él llamaba al timbre de la cava, así que el hombre estaba al tanto de que no siempre es posible encontrar a Jesús en el estanco a mediodía. No eran pocas las ocasiones en que había de conformarse con que le atendiera yo mismo o, con un poco de suerte, Marian, que le enseñaba el canalillo cuando se agachaba. Don Dionisio era un hombre recto y discreto, pero un caballero nunca es completo sin una pizca de picardía.

Con los viejos, y Don Dionisio lo era un rato, sucede que se presagia algo oscuro cuando se ven obligados a salirse de la seguridad de su rutina. El hombre entraba en el estanco cada día a las dos en punto, saludaba siempre correcto, siempre bien vestido, siempre pulcro como si no se hubiera jubilado en tiempos de la II República y viniera en ese mismo instante de su puesto de trabajo en el banco.

Entraba en la cava que casi, casi se podría decir que pisaba exactamente las mismas baldosas, se dirigía al rincón del fondo, a la derecha, donde reposan La Troya Universales, y cogía uno, el primero, el que más cerca le pillara, como un niño bien educado que se sirve del pastel que ha quedado en su lado de la mesa aunque el que más le gusta esté un poco más allá. Nunca miraba si el celofán había empezado a amarillear; ni si la capa era más ruda o nerviosa; no lo sobaba con sus manos temblorosas y moteadas, en busca de baches o nudos; no pretendía pasar por un gran conocedor del tabaco. Don Dionisio llegaba humilde y señor, cogía su cigarro, el de siempre, lo miraba como si realmente se lo hubiera ganado, como si fuera el merecido premio de una mañana intensa de trabajo, pagaba y se iba.

Sin embargo, ese día entró Don Dionisio y preguntó por Jesús. A mí me extrañó bastante el aplomo con el que pisó el suelo del estanco, que es el de los que van a comunicar una decisión dura y definitiva, y al principio no supe reaccionar: me sacó de mi lugar y yo mismo me sentí parte de esa rutina desechada. Todo era siempre tan automático y, al mismo tiempo, tan natural que no había en el guion ninguna respuesta preparada para Don Dionisio.

¿No quiere un cigarro, Don Dionisio? –casi balbucí.
No, gracias. Te lo agradezco mucho –me dijo como si yo se lo fuera a regalar–. Quería hablar con Jesús.
No está ahora mismo. Quizá pueda ayudarle yo… O –lo que es mejor– Marian .
¿Vendrá a comer? Puedo esperarle aquí si no es mucho tiempo ni es demasiada molestia para vosotros.
Usted nunca molesta, Don Dionisio. Puede esperar aquí todo el tiempo que quiera –le dije con total sinceridad–. Voy a preguntar a Marian, pero creo que Jesús ha dicho que vendría como en media hora.

Don Dionisio se sentó para dar utilidad a una de las butacas bajas que hay en medio del estanco. Se pusieron allí no se sabe muy bien para qué, salvo para tropezarse con ellas, y Jesús anda siempre jurando que las va a tirar por la ventana, aunque nunca lo hace, porque dice que sólo se sientan los pesados, los que tienen tiempo de sobra porque se dedican a vampirizar el tiempo de los demás.

Marian me aseguró que Jesús estaba a punto de llegar, así que Don Dionisio se sacó el sombrero, se lo puso en las rodillas y allí quedó sentado cara a la cava, como un rey viejo que admira, desde lo alto, su reino perdido.

¿Quiere usted tomar algo, Don Dionisio?
Te lo agradezco mucho, pero no me apetece ahora. Voy a comer enseguida.
¿Una cervecita? ¿Un café? –tampoco era hora de cafés, pero, en fin, insistí por estar a la altura de la cortesía del cliente…
¿Café? No, no gracias. No puedo. Me lo ha prohibido el médico.
¡Pues vaya! –y pensé en qué clase de médico sádico era aquél que le quitaba el café a un viejo de más de noventa años–. Jesús llegará enseguida.
Muy bien, gracias –siempre tan correcto, siempre tan bien educado–. No te molesta que le espere aquí sentado, ¿verdad?
En absoluto, Don Dionisio. Está usted en su casa.

Y en cierto modo, así era. Si alguien podía quedarse solo en la cava, incluso una noche entera, con la absoluta garantía de que no iba a tocar nada que no le perteneciera, ese era Don Dionisio de Blas. Jesús siempre hacía la misma coña con él. Decía que era tan serio y tan correcto de bebé que pedía permiso a sus padres para llorar por la noche; que lo del Don se lo pusieron en la pila bautismal porque cuando el cura le vio la cara, se negó a llamarlo Dionisio a secas y empezó a tratarlo de usted.

Este niño –contaba Jesús tildando la voz, imitando a un cura que afirma categóricamente antes de imprimir carácter– tiene un don… Don Dionisio y punto… Don Dionisio, yo le bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Al mismo Don Dionisio, que estoy seguro de que si se lo digo yo no le hace ninguna gracia, Jesús le hacía la broma de preguntarle si su mujer y sus hijos también le llamaban Don Dionisio.

¡Qué cosas dices, Jesús! –contestaba siempre el hombre con una media sonrisa, usando esa misma muletilla que era su forma discreta y disimulada de reírse.

Porque Jesús tiene esa habilidad, que yo tanto admiro, de poder decir lo que le apetece en cada momento, la coña que se le pase por la cabeza, sin que nadie se sienta herido: es capaz de conseguir que hasta el ministro del Interior, que es cliente, se ría de sí mismo.

Cuando llegó al estanco, en cosa de cinco minutos, no más, le dijimos que Don Dionisio le estaba esperando en la cava, que no había querido comprarse el puro, al menos hasta que estuviera él. Jesús se alarmó, porque, aunque haga coñas con todos y cada uno de sus clientes habituales, en el fondo los quiere como a sus hijos. Ya he dicho que él es el alma del establecimiento, pero que, sobre todo, es el corazón. No había nada de impostado en la cara de preocupación que puso cuando le advertimos de que Don Dionisio no había querido comprarse su La Troya Universales. Sólo dijo:

Más de noventa no es edad para mudanzas. Malo.

Y se fue hacia la cava directo, consternado, a atender a un cliente de apenas dos euros al día como si fuera su mejor y único cliente.

¡Don Dionisio! –le dijo–. ¿En qué puedo ayudarle?
Buenas tardes, Jesús.
Buenas tardes. ¿Tiene algún problema? ¿Le puedo ayudar en algo?
No, Jesús. Sólo he venido a despedirme de ti –le dijo con voz grave, acorde con una circunstancia luctuosa, trágica.
¿A despedirse? ¿Se muda usted? ¿Deja el barrio? ¿Se va de la ciudad? ¿Ha encontrado a su negra y se va al Caribe?
¡Qué cosas dices, Jesús! No, no. ¡Qué va! A mi edad ya sólo me queda un traslado y espero que sea aún dentro de algunos años… Lo que pasa es que el médico me ha prohibido fumar.

El mismo, supuse, que le había quitado el café. Menudo profesional liberal que prohíbe a un señor de noventa y tantos que se fume un puro de La Troya al día, ésa que, con toda certeza, sería su única satisfacción diaria.

¡No me joda, Don Dionisio! ¿Le puedo preguntar cuántos años tiene usted?
– Si todo va bien, que a mi edad cualquiera sabe, hago 94 el mes que viene.
– ¿Y se encuentra usted bien? ¿Está enfermo?
– ¡Hombre! No estoy como cuando era joven, como tú, pero me siento bastante bien.
– Entonces, perdone que le insista, ¿por qué le ha dicho el médico que deje de fumar si no le ha encontrado nada?
– Porque me ha dicho que a mi edad, si quiero tener calidad de vida, ni tabaco, ni alcohol, ni café, ni sal, ni nada…
– ¿Calidad de vida? ¿Sabrá ese hombre lo que es la calidad de vida? ¿No le ha recetado unos latigazos con lo buenos que son para la circulación?
– ¡Qué cosas dices, Jesús! Me ha quitado mi puro, ¿pero qué puedo hacer yo?
– ¡Coño, Don Dionisio! Pues cambiar de médico. Claramente. Vaya a uno que, en vez de prohibirle fumar, le diga que haga un poco de footing por las mañanas
.
– ¡Qué cosas dices!
– Usted hágame caso, Don Dionisio, que si con 94 años le quitamos el tabaco, vamos a tener que fusilarlo a usted para que se muera.
– ¡Qué cosas! ¿Qué le vamos a hacer? Es la condición del viejo, Jesús. Aprovecha ahora que puedes, que los años pasan y cuando uno quiere aprovechar, ya no puede… Ya no puede… Ya no puede.

Un mes más tarde, acaso sería el día de su cumpleaños, llegó al estanco la noticia de que Don Dionisio había muerto de puro viejo.

– Si me entero de quién es ese médico capullo –y fue lo único que dijo Jesús del asunto, aunque se le veía afectado–, le mando una caja de La Troya Universales. A ver si se muere él, pero del asco.

BURKINA THE ÑUS – EL PODCAST – EPISODIO 27

18 comentarios de “Rendir tributo

  1. José Miguel dice:

    Magnífica historia y magnífico post, Javier.
    Un lujo leerte. Me gusta tu manera de escribir y describir. Te mando un saludo cordial y ten la certeza de que te seguiré leyendo. Aprecio mucho tu afán divulgativo, me fijo en tus gustos y espero que algún día podamos coincidir fumando un agradable y rico tabaco. Yo voy a fumarme uno, ahora mismo, a tu salud.

  2. Alejandro Conty dice:

    Magnífico, Javier… así es la vida. Jesús también me enseñó a fumar… lo que más siento es no poderle ir ya a comprar Troyas cuando cumpla 94 años…

  3. Maxi dice:

    Gran relato. Gran tipo Jesús, al que no he tenido el placer de conocer. Vivo en Blanes… Por aquí hay también un buen estanqueros, de estos que tratas.
    Si vienes un día por estas tierras ves al Estanc Pla… Y le dices que me lo diga. Un puro no se, pero una pipa si me fumaba alrededor de una mesa, un buen café y una charla de estas a la que nos acostumbras.

    • JAVIER BLANCO URGOITI dice:

      ¡Don Xavi! Claro que sí. Pues de momento no tengo perspectivas de ir por allá porque, además, como BA Ambassador de Davidoff está mi compi Nina Peraza y, aunque no nos hemos repartido las zonas, lo lógico sería que fuera ella, que está en Barcelona, y eso que ganáis. Pero, en lo personal, yo estoy enamorado de la Costa Brava y no descarto que, llegado el día, me vaya para allá con mi mujer unos días. Nos lo merecemos, además. Si voy a Blanes, aviso a Xavi y nos vemos. Un abrazo

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