Hay cigarros que se sueñan (1) - Burkina the revist

Hay cigarros que se sueñan (1)

Yo no lo sabia, pero hay cigarros que se sueñan. El resultado de la sutil combinación de sus tabacos puede sobrevenir de madrugada, cuando el cuerpo está en reposo pero la cabeza, ay, sigue dándole vueltas, como al rescoldo de una hoguera, a lo que se estaba pensando durante el día.

Eladio Díaz, master blender de Davidoff, llevaba ya unas semanas poniendo y quitando tabacos mentalmente a aquella nueva liga. Su cumpleaños no estaba lejos y quería tener preparado el cigarro conmemorativo que, tradicionalmente, creaba para celebrarlo cada año, con tiempo suficiente para que estuviera en perfectas condiciones: descansado, redondo, balanceado, lleno de sabor, afinado, sin una sola arista discordante.

Además, no se trataba de una celebración cualquiera: eran ya sesenta años, una cifra redonda, algo meramente convencional, sin duda, que lo mismo daban sesenta que sesenta y uno, pero es un hito al fin y al cabo, una marca en el camino. Aunque para Eladio la fecha importante no era la de su nacimiento, 1953, sino la del día en que su mamá le dijo: «Eladio, vas a ir a trabajar con Francisco Viloria«, aquel señor circunspecto al que, sin embargo, le decían «Panchito» y que era dueño de un chinchalito de cigarros baratos, marca «Diana». Tenía seis años, pero no había tiempo para jugar. Iba a la escuela y, después, a trabajar para ayudar a la familia. Así se hacía entonces en República Dominicana, y como Eladio, sus nueve hermanos. Era otra época, más de medio siglo antes… «Más de medio siglo en el tabaco«, solía decirse admirado, «¡y aún aprendiendo!«.

Despertó de golpe a las tres y media de la mañana. Saltó de la cama con urgencia, como si hubiera algo en la noche que lo amenazara. Su mujer, Griselda, levantó con extrañeza la cabeza de la almohada para observar la sombra fornida y alta del cuerpo de Eladio moviéndose en la penumbra en dirección al escritorio. Eladio prendió la luz del pequeño flexo, abrió un cajón, sacó papel y lápiz y se puso a escribir con impaciencia, como si no quisiera que se le escapara un solo detalle de ese algo que había inquietado su descanso.

Pero, Eladio, ¿se puede saber qué te pasa? – le preguntó con la voz aún agarrada a la noche,
Nada, mujer. Que hay cigarros que se sueñan.

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